Como ya sois varias las personas que me habéis pedido que escriba historias mas largas, aquí tengo el honor de presentaros la verdadera historia de uno de los sucesos más importante de la historia de nuestro país (como podréis observar gracias al título). Si os gusta esta historia, estad atentos porque no tardaré mucho en publicar el final. ¡Un abrazo!
LA ARMADA INVENCIBLE I
John Hawkins salió a la cubierta de su barco para mirar a un
horizonte enteramente azul. En la lejanía, el mar y el cielo se unían a través
de una delgada línea que, desde aquella distancia, apenas se distinguía. Cuando
miraba aquel paisaje, John pensaba en todas aquellas personas que, no mucho
tiempo atrás, pensaron que el mar pudiera tener límites. «Idiotas, no supieron ver que el
mar es la libertad y la libertad no tiene fronteras.» Por esa misma razón se encontraba ahora mismo surcando
los mares: para defender la libertad. John no pudo contener la risa por más
tiempo.
Él era John Hawkins, un corsario al servicio de Isabel I,
reina de Inglaterra, que había obtenido grandes riquezas con la venta de
esclavos. Para él, la libertad era un derecho del que sólo los más aptos podían
disfrutar y ni siquiera ellos lo tenían garantizado eternamente. De no ser así,
John estaría ahora mismo tomando el sol en Mallorca y no liderando una escuadra
de 70 barcos para detener a la conocida como “Armada Invencible”. Según los
informes recibidos, la enorme flota española había cambiado de comandante a
última hora debido a la muerte de Álvaro de Bazán a consecuencia del tifus. Al
parecer, como decían los propios portugueses, el travieso Álvaro “se había secado
demasiadas veces la cara en toalla ajena”. Aquello había resultado ser un
auténtico golpe de suerte, no sólo porque el almirante granadino era un experto
marino y un demonio luchando en el mar, sino porque éste había sido relevado
por una de las peores opciones posibles: el duque de Medina-Sidonia.
Tanto es así, que la armada española partió de Lisboa en un
viaje de cuatro días en dirección al sur hasta que sus suboficiales le
convencieron de que estaba leyendo el mapa al revés. Este error había permitido
a Hawkins interponerse entre la flota española y el duque de Parma, el cual
esperaba para embarcar junto a Tomatito y Chiquetete en tierras flamencas.
Según sus cálculos, a pesar de los retrasos sufridos, los barcos españoles no
tardarían mucho en aparecer por el horizonte.
Ensimismado en sus pensamientos, John no escuchó ni el golpe
seco, ni el grito de advertencia, ni la bola de golf que se dirigía directa a
su cabeza. Por suerte para él, se apartó en el último momento. La pelota siguió
su camino hasta que impactó en el mástil, rebotó varias veces en cubierta y
rodó durante un largo trecho hasta que cayó por un agujero. En ese momento,
gritos de júbilo estallaron a su derecha procedentes de la tripulación del Revenge, el barco capitaneado por
Francis Drake. El propio Drake se encontraba en lo alto del castillo de popa,
con un palo de golf en la mano y haciendo gestos de celebración. A su lado, el
pequeño Bowen les enviaba un mensaje utilizando las banderas.
-¡Señor,
Drake dice que te chupes esa, Juanitín! -tradujo Frank.
-!Jodido
pretencioso, -maldijo
John -dile
que eso ha sido suerte! Y añade también un XD.
-¿XD? -preguntó
Frank extrañado.
-Sí,
carita sonriente. -explicó
John.
-Ah,
vale. -dijo
Frank traduciendo el mensaje de inmediato.
La noticia de la salida de la Armada Invencible había
sorprendido a Drake y a John a mitad de una partida de golf y Drake se había
empeñado en continuarla a pesar de las circunstancias. John esperaba de corazón
que, tras conseguir hacer un hoyo, Drake viera colmadas sus aspiraciones
golfistas. Pero no fue así. Solo se detuvo cuando el primer barco español
apareció por el horizonte.
Para entonces, una fuerte tormenta se había apoderado del
cielo. Oscuros nubarrones habían devorado al sol y el mar protestaba en
consecuencia. Grandes olas zarandeaban a los barcos ingleses haciéndoles bailar
a izquierda y derecha. El barco español que había aparecido en el horizonte
también danzaba al ritmo marcado por el oleaje pero con menos gracia. A pesar
del mal tiempo, John no necesitó el catalejo para comprobar que aquel era el
barco más raro que había visto en su vida. Su proa era plana, no tenía mascarón
y cada vez que cruzaba una ola la hacía estallar esparciendo agua en todas
direcciones. No tenía ningún tipo de aparejo, ni tampoco tenía remos y, en
cambio, aquella construcción avanzaba inexorablemente en su dirección.
Poco a poco, el resto de barcos de la flota española fueron
apareciendo entre la tormenta. John esperaba ver toda clase de navíos de guerra
preparados para el combate. En cambio, la flota española estaba compuesta enteramente
por naves de carga. Toda clase de galeones, urcas, carracas, etc. formaban en
dos líneas perfectas. De los barcos españoles fila no dejaban de salir botes de
remos cargados con algo que John era incapaz de identificar desde aquella
distancia. En esta ocasión sí que necesitó el catalejo.
Al mirar a través de él, John no pudo evitar sorprenderse.
Los botes bajaban de los barcos de transporte cargados con todo tipo de carnes,
llevaban la comida hasta el barco con la proa tan rara y volvían a por más
comida. Cerdos, capones, terneras, pavos, corderos, conejos, patos, ocas y
jabalíes navegaban hacia el extraño barco español, se internaban en él y no
volvían a salir. Muchos de ellos estaban todavía vivos cuando desaparecían bajo
la cubierta del barco. Con el tiempo, John se dio cuenta de que hacía tiempo
que había dejado de escuchar los truenos del temporal y que el sonido que oía
procedía del barco donde los españoles estaban cargando la comida. Un
cosquilleo de miedo recorrió la espalda de John haciéndole estremecer todo el
cuerpo. «¿Qué clase de
criatura podía emitir sonidos tan terroríficos?»
pensó John. No tardó mucho en descubrirlo.
Mientras miraba por su catalejo el curioso baile de los botes
transportando comida, John se dio cuenta de que las tripulaciones de los barcos
de transporte españoles se lanzaban mensajes entre sí. Aunque desde aquella
distancia era totalmente imposible intentar adivinar sobre qué hablaban los españoles,
era evidente que tramaban algo. Desde el barco de proa extraña se alzó una
bandera blanca y, de repente, todos los botes que transportaban carne se
detuvieron y volvieron a sus barcos de origen. Al poco tiempo, el barco al que
habían llevado la carne empezó a estremecerse como si de un animal rabioso se
tratara. El capitán del barco permanecía impertérrito a pesar del zarandeo del
barco y los bestiales rugidos que surgían de su interior. Con la misma
tranquilidad flemática, el capitán español dio una orden y la bandera blanca
fue sustituida por una de color verde. Como respuesta a la orden, un bote de
remos descendió de uno de los barcos de transporte totalmente cargado de todo
tipo de frutas. Los remeros llevaron la carga hasta el barco de extraña proa
como si les persiguiera el mismo diablo y volvieron a la seguridad del barco de
transporte como si el anticristo se hubiera unido a su padre en la persecución.
El flemático capitán se introdujo en el interior de su barco tras la carga de
fruta y, entonces, se produjo un eterno momento de silencio.
Tras unos minutos, el rugido de la bestia rompió el silencio.
Aunque debido a que su nivel de español era bajo y a que la bestia hablaba del
mismo modo que un elefante John no entendía nada, el capitán inglés pudo
escuchar la conversación a la perfección.
-¿¡Quina
merda es esta!? ¡Yo no como nada que no haya tenido madre! -rugió
la bestia.
-Si
quieres carne, cógesela a los ingleses -contestó el capitán y, ésta vez, John lo entendió.
En ese momento, un tremendo golpe seco sonó procedente del
barco español. Reaccionando al golpe, la extraña proa descendió como si se
rompieran, de repente, las cadenas de un portón levadizo. Múltiples gotas se
alzaron al aire cuando la proa impactó contra el agua. Cuando las gotas volvieron
a su destino, John pudo ver a la terrorífica criatura que escondían los
españoles. Se trataba de una enorme mujer, más colosal hacia lo ancho que hacia
lo alto. Vestía con una combinación de chaqueta y falda, ambas de color rojo.
Debajo de la chaqueta, portaba una suave camisa de color blanco satinado y en
los pies calzaba unos discretos zapatos de tacón bajo y color rojo. De
ornamentación sólo utilizaba perlas y únicamente para decorar el cuello y las
orejas. Su cabello, cardado y ondulado como si fueran olas del mar, era corto y
entero de color marrón, salvo por un salvaje mechón de color blanco que le
asomaba en la frontera entre la frente y el pelo.
Mientras John miraba a la bestia a través de su catalejo, sus
miradas se encontraron. A pesar de la enorme distancia entre ambos, John no
tenía ninguna duda de que la mujer le estaba mirando. Al principio, su rostro
era serio pero, de repente, la mujer sonrió y John experimentó el mayor terror
que vivió nunca. Era una de esas personas que al sonreír sólo mostraba los
dientes de arriba lo que, combinado con su tamaño, le hacía parecer un hámster
gigante y hambriento. Mientras miraba aquellos enormes ojos, John no tuvo
ninguna duda de que él sería su próxima comida.
La enorme mujer se acercó al borde de la proa, se quitó la
chaqueta y la lanzó hacia atrás. Tras respirar profundamente, se dio la vuelta
y, mientras alzaba los brazos al cielo, gritó a pleno pulmón:
-¡¡¡¡VALENCIAAAAA!!!! -rugió
la mujer.
-¡¡¡¡VALENCIA!!!! -respondieron
las tripulaciones de todos los barcos españoles y entonces la mujer saltó al
agua.
Continuará...